La primera vez que estuve en Maldivas no podía creerlo. Había soñado con visitar estas islas desde siempre pero nunca parecía una buena ocasión, así que cuando por fin me vi allí fue un sueño hecho realidad.

Fue tras estar en Sri Lanka. Ese año habíamos planeado un viaje de 13 días por el antiguo reino de Ceylan (ya mismito os dejo el post de aquel fantástico viaje) y el destino perfecto para descansar después de recorrer el país visitando templos y disfrutando de varios safaris, era sin duda Maldivas. 

Era Noviembre y el tiempo fue fantástico (el día de la vuelta era temprano y diluviaba, pero fue el único momento de agua de nuestra estancia). Maldivas tiene temporada alta (de noviembre a abril con el  monzón seco) y temporada baja (con monzón de lluvias de mayo a octubre), pero durante todo es un destino paradisíaco, de película total y la temperatura del agua es increíble lo que hace que sea un auténtico placer pasar todo el día bajo el mar.

Los hoteles o resorts ocupan islotes en diferentes atolones. En cada islote suele haber un solo hotel y normalmente no se pueden visitar otros hoteles de modo que es importante elegir bien porque desde que lleguemos hasta que nos vayamos estaremos en el mismo sitio.

Por supuesto, hay opciones para estancias en islas grandes en las que hay más vida, pero esa no era la Maldivas que nosotros buscábamos. Mar, sol y arena blanca. Esos eran nuestros únicos deseos y los vimos cumplidos con creces.

Alojarme en un bungalow sobre el mar y ver los peces a través del suelo había sido mi sueño desde que mi abuela Magdalena me contara siendo yo pequeña, que en Bora Bora desde su habitación podía ver los peces de colores a través del suelo del salón que era de cristal. Así que cuando por fin me vi allí no puedo explicaros lo que sentí.

Hay mucha variedad de hoteles que dependiendo de lo que ofrezcan, son más o menos caros (siempre teniendo en cuenta que Maldivas no es un destino barato), así que lo mejor es buscar uno que se adapte a nuestro presupuesto y sobre todo que se adapte a nuestras espectativas y a lo que queremos encontrar en Maldivas.

Unas aletas, unas gafas y un tubo (que te darán en el hotel), y a pasar el día con Nemo, Doris y toda la pandilla, incluidos tiburones, mantas raya, tortugas (ni animal marino favorito), y los peces más bonitos que puedas imaginar. Y todos bajo tu cama, bajo tu palafito sobre el mar desde el que bajas al agua directamente por unas escaleras privadas.

Maldivas es un destino principalmente romántico llenos de lunas de miel y de amor, pero también un destino para visitar en familia y disfrutar de la flora y fauna que este mar ofrece.

Lo que más me gustó y me pareció diferente al resto de destinos que hemos visitado, es la desconexión que vives estando tantas horas bajo el mar y la privacidad que tienes. Es un destino muy poco masificado y puedes pasar el día entro sin cruzarte con nadie en tu hotel. Al menos en el nuestro. Eso sí, si metes la cabeza bajo el mar, ahí tendrás toooda la compañía del mundo.

Nosotros volamos desde Colombo la primera vez y desde Bangkok la segunda. En ambas ocaciones nos quedamos en el mismo resort, Anantara Veli, un hotel increíble Solo Adultos situado en un atolón con 6 islotes sobre una laguna del color más bonito que hayas visto nunca y donde las horas bajo el mar se te pasan si darte cuenta.

Es curioso como un destino que se supone que no tiene nada puede atraparte como me atrapó a mi Maldivas. Hace mucho tiempo que aprendí una técnica contra la ansiedad. Cuando algo te preocupe, y te cree ansiedad, visualízate en un lugar en el que te sientas en paz, libre y desconectado. Pues esa imagen es para mi Maldivas, y os diré que durante toda la cuarentena, cada noche me metía en la cama con la imagen de estas islas sin duda uno de los sitios más bonitos que he conocido en mi vida, y que se ha quedado muy dentro de mi para siempe.

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